18 de febrero de 2012

Un pescado revolcándose

Esta vez quiero compartir algo con mis amigos y colegas mi visita al Museo Guggenheim de Bilbao [Abril de 2010].

Es que no tener que nacer una o muchas generaciones después para poder conocer una obra arquitectónica, teniendo la certeza que es una de las más importantes en toda la historia de la humanidad, ya es de entrada, un privilegio muy grande. Yo recuerdo en mi época de estudiante que alguna vez me tomé la delicadeza de escuchar una clase de un profesor, que entre alumnos llamábamos Tribilín (tenia entre los dientes una luz próxima a la de los pilares de La Sagrada Familia), que nos explicó que había un loco que acababa de construir un museo en España, un arquitecto que estaba tan tostado que había hecho las paredes tan curvas, ¡que cuando terminaron el edificio no podían colgar los cuadros! Ese comentario nos hizo tanta gracia, que me obligó a investigar un poco de qué edificio se trataba. Pues sí, se trataba de este museo, el segundo de los cinco construidos hasta ahora en el mundo-mundial de nombre Guggenheim. Pues resulta que apenas ahora vengo a comprobar, que este señor se equivocaba —y espero que lo haya hecho intencionalmente para incentivar la investigación—, pues es un comentario tan desafortunado como sus dientes, ya que sí que se puede decir que el edificio es totalmente curvo, en su estructura, ¡pero hombre! lo cuadros se cuelgan tan normal como en cualquier museo, ya que hay salas de exposición para todo tipo de arte. Y cuando digo todo tipo de arte, es en el más alto sentido de la frase: escultura, pintura, cine, animé, fotografía, de todo, y en formatos nunca antes planteados.

Pues sí, me pegué la pela de recorrer 1.066 Km en carro —contados por el Google Maps— para ir a conocer el museo este. Pero si que valió la pena, o la pela. En todo el camino de ida, miraba para el cielo con la esperanza de que saliera un rayo de sol benévolo, que me permitiera ver las espectaculares escamas de su revestimiento más doradas, y así poder hacer mejores fotos. Pero no, estamos en primavera y en el país vasco el clima es oceánico, todo el tiempo cae una lluvia mariquita que moja pero que no empapa tampoco. Así que me conformé con saber que iba un día normal en la vida de todo bilbaíno, a ver tal joya. Una vez parados en Bilbao y al estar al lado de su ría, me palpitó el corazón tan fuerte como el día que caí en cuenta, que estaba en un salón de clases, estudiando arquitectura con 85 niños más, que creo, tenían las mismas ilusiones mías. La aproximación al museo es simple, y a medida que el visitante se acerca, éste se va asomando en medio de los edificios grises, como cuando te espera tu madre después de que te bajas de tu primera montaña rusa, con una sonrisa en la cara esperando que le expliques qué sentiste. Es un edificio alegre, fue mi primera impresión.

Llegué tan desprevenido como su imágen misma. Aunque conocía algo de este edificio, no me había puesto en la tarea de estudiarlo a fondo mediante libros, datos, tablas, descripciones o números. No. Siempre he tenido la firme sensación que un edificio se conoce, de verdad, cuando se vive. Así como no se conoce una buena película cuando te la cuentan, o así cuando te ves una película basada en un buen libro. No es lo mismo. La arquitectura no es simplemente imágen, no es simplemente áreas, volúmenes, vistas, fachadas, cortes, perspectivas, color, no. La arquitectura se crea con todo eso, pero es mucho más. Y parece ser que ese loco que decía el profesor Tribilín lo tiene muy claro. No me estudié sus plantas, sus áreas de exposición, sus folletos indicativos, casi ni me escuché las audioguías; llegué con la mente virgen, en blanco, sin prejuicios, para poder sacar mis propias conclusiones, fundadas únicamente en la experiencia de vivir una obra de arte.

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Me dejé llevar. Me identifiqué con el muñequito a escala 1:75 que puse en una maqueta de 7º semestre, que supuestamente servía para darle escala a la propia maqueta, pero yo, en mi habitación estudiantil, un día a las cuatro de la mañana (dejo claro que no me drogaba), intentaba ponerme en sus pies y poder recorrer la chanda de edificio que acabada de modelar, y que yo creía el mejor de mi historia académica. Quería recorrer mi edificio. Pues ahora, sé lo que es recorrer un gran edificio realmente, no como mi mierda de maqueta, que al final, sí resultó ser la mejor que he hecho. Así pues, iba de espacio en espacio, con un gozo, que se asemeja cuando me succionan con una preciosa y femenina boca mi falo elevado a su máxima expresión mientras cierro los ojos y mastico un chicle. Hubo un momento en el recorrido que me causó tanta gracia que lo contaré. Mientras apreciaba una escultura de Richard Serra —uno de los mas prodigiosos escultores de nuestra época—, que se recorre y se asemeja a un laberinto curvo, sin sentido, y cuyo único objetivo es desorientar a su observador-caminante, un niño de unos 8 años, al terminar el recorrido que plantea el artista, que es muy largo, dijo con cara de enfado la expresión más española que conozco: ¡me cago en la ostia! Me dejó entrever cuál será su recuerdo de aquella escultura tan famosa, que no hace más que 'sacar la piedra', desde el punto de vista del niño, claro está. Nada que ver con mi humilde experiencia de mi visita al museo Quimbaya de Armenia Quindío, tan sencillo como la cultura que representa, cuando tenía los mismos 8 años, y que me dejó por siempre un sabor cálido en el alma y que vuelvo a vivir cada vez que lo visito.

Un chino que pinta telas con pólvora, esculturas de yeso que se desbaratan a medida que evoluciona su exposición, animé japonés mezclado con estatuas estilo Manga, por ahí vi la nena de Sailor Moon empelota (buen apunte del artista), películas de africanos que cuando hablaban no se entendía nada —como es natural, pero no estaban traducidos los diálogos—, dibujos de niños, barcos encallados repletos de cerámica por dentro. Bueno, hay de todo y para todos los gustos, pero lo que más me impresionó dentro de la muestra, es una escultura de 99 lobos feroces elaborados a escala real (yo juraría que son reales), que cogen impulso de varios metros, vuelan cuales renos de Santa Claus, y se estrellan estrepitosamente contra una pared de cristal. Se levantan indignados y vuelven y se tiran de nuevo cumpliendo el mismo ciclo anterior, que aunque no consiguen nada más, aparte de destrozar su integridad física, van a seguir haciéndolo por los siglos de los siglos. Casi un performance interpretado por animales. Me sentí igual que Neo, cuando estaba entendiendo de qué putas se trataba la película Matrix (porque estaba volando igual que todos los espectadores), y a Morfeo le tocó parar la pelicula para explicarle, y explicarnos, y ¡Tuc! ¡Se paraliza todo! Y te encuentras en un mundo totalmente fatuo. Ese sentimiento se acentúa más cuando en la leyenda se explica que la pared de cristal, tiene las mismas medidas que el muro de Berlín.

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Artista: Cai Guo-Qiang
Y así fui caminado con calma el recorrido que el museo me planteaba instintivamente, sin giros de 90 grados para ver la siguiente galería, todo fluía, todo estaba iluminado correctamente, en su punto perfecto, los materiales que construyen el edificio son únicos, aunque sean yeso, hierro, cristal o pintura plástica. Están en su lugar. Existe unidad, como me explicó alguna vez uno de los pocos profesores buenos que tuve.

Al final, después de todo el recorrido, me senté a ver la entrevista del loco que se atrevió a construir un edificio que parece hecho con los mismos colores de sus sueños, que se atrevió a construirlo con materiales de nuestro mundo, y que sólo él tuvo la grandeza de corresponder y contradecir a todas las expectativas de los grandes artistas contemporáneos, de la gente normal y de callar la boca de uno que otro político necio. Frank Gehry. Un viejito con el alma más joven que la de Peter Pan, dice dos o tres cosas que todos sabemos de su obra, pero después dice algo que me parecio cautivador. Un día estaba desesperado buscando el material adecuado para el revestimiento del edificio, intentó con acero inoxidable, con cobre, los metió en diferentes ácidos para 'sacarles algún sentimiento' sin conseguirlo. Luego, accidentalmente se encontró en su oficina un trozo de titanio, así que lo colgó en un poste al otro lado de la calle y exactamente ese día, llovió. Así que desde su ventana observó que este material por efecto de la lluvia, cambió de plata a dorado. Su forma de contarlo y su cara reflejan lo que sintió en ese momento: Le pareció algo simplemente hermoso. Entendí que no fui tan desafortunado de ir a conocer el edificio un día lluvioso, porque lo vi perfectamente y tal como lo tenía en mi imaginación el día que decidí que tenía que visitarlo. Quería verlo dorado.

Así pues queridos amigos y colegas, aparte de todas las cosas que he explicado en esta nota, por la única cosa que me atrevo recomendar su visita, es por una muy simple. Por la noche, y estando más cansado que soldado en guerra, en plena etapa R.E.M. sólamente se pone a nuestro alcance algo que siempre hace falta en el mundo fatuo de Cai: cosas bonitas.

15 de febrero de 2012

En defensa de los hombres

Entiéndase los hombres por género humano, y entiéndase en defensa de como el enunciado por excelencia de los defensores de animales. Los defensores de los perros callejeros, de las ballenas, de los toros...

Nunca he maltratado a un animal y creo que eso certifica que nunca lo haré. No porque los quiera, sino porque me inspiran respeto. Pero confieso que estoy un poco harto de los autodenominados defensores de animales. Los que se indignan por cualquier cosa que les afecte, o que les amenace, o que les ofenda (si es que se puede ofender a un animal, no sé, seguro que alguno tiene una teoría científica que lo avala). Pero señores, qué esperaban en un país como Colombia, donde el gobierno asesina a miles de personas y la gente sigue viendo novelas como si no pasara nada.

La defensa de los animales me parece bien que se haga en Europa —y digamos que sólo en algunos pocos países—, porque en su Estado del Bienestar ya está solucionada la problemática social, y hay pocas personas que no tienen cobijo de su gobierno y no viven en condiciones adecuadas, o como mínimo dignas (que eso se esté desmoronando ahora es otra historia). Entonces, en ese caso vale la pena seguir con la tarea de defender a los animales, protestar por la matanza de osos o ayunar por la tala de árboles, si hay tiempo para eso, pues que se utilice por una causa justa. Allá, no acá, donde el problema de indigencia, de desplazados, de desamparados, en definitiva, de personas, es apremiante. Durante la Segunda Guerra Mundial no creo que los franceses ocupados por los alemanes tuvieran cabeza para pensar en que los tigres de Bengala eran explotados en circos, por ejemplo. O vaya uno a ver si un campesino desplazado tiene problemas porque los japoneses comen delfines. Y ya no digo de hacer un simple conteo de todos los defensores de animales a ver cuántos no son carnívoros.

El fácil ser mal interpretado en éste tema: no estoy a favor de las corridas de toros, ni de las carreras de caballos, ni peleas de gallos o perros. El tema es de las prioridades de las clases más favorecidas.

Acá, donde los niños indígenas se mueren de hambre, los semáforos son habitados y los mendigos están por todas partes como muertos vivientes, que se entre a defender a una decena de toros primero que a 4 millones de desplazados me parece de una insensatez lamentable. Creo firmemente que en un país donde no está solucionado el bienestar social deberíamos ordenar nuestras prioridades. Primero las personas, después los animales.


5 de febrero de 2012

Días de Sabina

Hay días como hoy que Joaquín Sabina habla por uno. Y al hablar, escribe por uno, siente por uno, declama por uno y canta por uno. Hay días que Sabina tiene todas las licencias para que interprete lo que él quiera, que por fortuna o por desgracia, es lo mismo que uno quiere.

Ese canalla eterno y ese genio sin mesura con precisión de cirujano me ha dejado cicatrices, que cuando son heridas son profundas, pero se cauterizan solas y al momento porque son quemaduras secas, aplicadas con el metal sincero de sus cuerdas vocales.

Hay otros días que después de sufrir por años, ese también curandero disfrazado me ha hecho paños tibios, y ha acariciado mi cabizbaja autoestima mientras me cubría una cicatriz más, o menos, no sé.

En ocasiones me ha hecho reír y me ha dado una palmada en la espalda con una carcajada, y después me ha masajeado el alma con otra verónica. Y en otras, simplemente me ha recordado a Cortázar mientras conducía por una carretera vacía que bauticé con lágrimas.

Y por ejemplo hoy, que es de él, muy a su capricho habló por mí con líneas incompletas:

[...] 
Ahora que tengo un alma que no tenía.
Ahora que suenan palmas por alegrías.
Ahora que nada es sagrado, ni sobre mojado, llueve todavía. 
[...]
Ahora que está tan sola la soledad.
Ahora que todos los cuentos, parecen el cuento de nunca empezar... 
[...]
ahora que el mundo está recién pintado,
ahora que las tormentas son tan breves, 
y los duelos no se atreven a dolernos demasiado...
Ahora que está tan lejos el olvido,
ahora que me perfumo cada día,
ahora que sin saber, hemos sabido
querernos como es debido, sin querernos todavía...

1 de febrero de 2012

La cara oculta del silencio

El silencio es importante en las películas. En todas, y en todo, no sólo en las películas. "La palabra es lo que sobra del silencio". Es vital en la vida, en la música, en el teatro, en los hospitales, en las miradas. La ausencia de ruido es vida. Y si lo vas a romper, el silencio, que sea mejor hacerlo con algo que valga la pena, algo que le aporte y lo mejore, porque sino simplemente será un ruido necio. Éste mundo que está lleno de ese ruido necesita más silencio y menos necios que no lo aprecien.

El silencio en arquitectura se traduce en espacio. Una plaza, un lleno, un vacío, amplitud. Eso es el silencio: amplitud. De ideas, de sentimiento, de vacío o lleno interior, de un sentir guardado, donde debe estar. Inconmensurable.

Acabo de verme La cara oculta del director colombiano Andrés Baiz, y me quedo con la hermosa figura femenina y la consabida sequedad masculina. Todo en su lugar. Pero sobretodo me quedo con el respeto que el ruido le tiene al silencio. No hay una frase que sobre y que no diga lo que es necesario decir, sin aspavientos. Los diálogos son medidos y calculados como engranajes en un diseño perfecto. Y la música es silencio que grita, y acalla al momento. La película es una melodía compuesta de silencios respetuosos (pleonasmos), somera y precisa que se muestra mediante secuencias visuales de similar sentimiento. Me encantó.