14 de marzo de 2012

Tatuajes del alma

La memoria es una aguja tatuadora y la piel es el mismo lienzo. Los espacios y las atmósferas que están impresos en el cuerpo no se van nunca. Se quedan dibujados en algún lado por dentro, pero se sienten en la superficie del alma, que es la misma del cuerpo: la piel. El corazón proyecta emociones y la piel las plasma cual pantalla, transmitiendo sensaciones corporales que emiten desde ondas sentimentales.

Se me vienen encima los lugares y momentos que viví en España durante mi estadía, y es vivirlos de nuevo. Entiendo perfectamente que es normal que estén tan vivos, pues acabo de arribar hace poco más de un mes, pero la cercanía temporal no es lo que me conmueve. Me resulta impresionante cómo lo vivido se queda dentro por siempre. Somos un almacén de lugares, de aromas, de imágenes, de ambientes, de colores, de sabores y de sentimientos. Somos atrapantes y nos quedamos con todo por siempre porque tenemos la mejor licencia del mundo: existimos. Y cuando existimos en un lugar por tanto tiempo las cosas pasan a ser nuestras. Los hábitos continuos en determinado espacio son como rellenar páginas de un cuaderno con una misma frase. Te la aprendes para siempre. Porque somos escritores de momentos, y somos memoria constante que los atrapa y los almacena, cada uno a su manera.

Me alegro de poder recordar, de poder vivir de nuevo, de tener encima el peso de los momentos, buenos y no tan buenos. Son golpes sórdidos entre paréntesis que se dibujan con realidad y certeza. Me dicen, ‘aquí estuviste, aquí pasaste calor, frío, hambre, sed… acá reíste, acá lloraste…’. Ese acá que es lleno, que no deja lugar a dudas, que no concede y te tatúa cada que vuelve. Me alegro de vivir y revivir aquello que aunque se haya ido nunca nos deja.