17 de abril de 2015

Los arquitectos estamos solos

Los arquitectos ─sobre todo en este contexto donde nos encontramos─, somos unos parias que hablan de cosas raras todo el rato, que el espacio, que la luz, que la penumbra, que el vacío, que la sensibilidad, que el habitar, que el color, que la materialidad, que la forma, que la ciudad, que la poética… Pero eso qué es, ¿para qué sirve? ¿Rentabiliza? ¿Consigue votos? ¿Sostiene edificios? ¿Vende más metros cuadrados? ¿Les facilita la vida a los calculistas y constructores? ¿Les da más dinero a los promotores? No. La respuesta es no a todas esas cosas. Es algo inútil en este mundo de mercantiles que solo se interesan por cosas baratas y comerciales.

Incluso entre arquitectos eso suena raro. Conozco muchos que no tienen idea cómo se logran y para qué sirven ese tipo de cosas. Entonces mejor maticemos: algunos arquitectos estamos solos. Sólo nos entendemos parte de algo cuando algunos grandes maestros de la arquitectura ─que eso sí, casi todos los arquitectos veneramos y nos enorgullecemos de ellos─ dicen cosas como “la arquitectura es poesía, algo muy sentido que se traduce mediante una metáfora construida”; “la labor del Arquitecto no es la de dios, que crea, en todo el sentido de la palabra, sino la del poeta, que recoge lo existente, y le da una nueva mirada”; “mi objetivo es fundir ornamento y estructura”. Es decir, cosas cursis para cualquier ser práctico en la vida. Pero es que ¿para qué sirve? ¿Rentabiliza? ¿Consigue votos? ¿Sostiene edificios? ¿Vende más metros cuadrados? ¿Les facilita la vida a los calculistas y constructores? ¿Les da más dinero a los promotores? Que no. No sirve para nada de eso.

En cambio sirve para otras cosas inconmensurables y menos importantes: sirve para emocionarse, sirve para identificarnos, para concienciarnos, para conocernos, para tener sentido de pertenencia, para pensar, repensar, sentir, para contemplar claramente, al fin, lo efímero, lo tácito, lo esencial, o simplemente para permanecer plácidamente en este mundo ingrato, lleno de realities y de banqueros y políticos. Lleno de infames y pregoneros y guerreristas… en fin. Lleno de gente. Sirve para pasar con dignidad, sentirse pleno, desprenderse, disfrutar del paisaje, de un buen día, de un buen clima, de una textura, del silencio, del agua, del viento, del cielo, para resaltar esas cosas que pasan todos los días y solo nos enteramos de ellas una tarde cualquiera de jueves lluvioso. Para eso sirve: para vivir mejor. En algunos casos, incluso sirve para existir.  

El otro día leía algo como que “la arquitectura no es un lujo, es una necesidad. Uno no come por lujo, uno come por necesidad”. Así, como comer, Rogelio Salmona la ponía en esa escala de prioridad. Eso no lo dice casi nadie ni lo piensa casi nadie, solo un genio, por poner un ejemplo de las cosas que casi no importan.

Publicado originamente en ingeometrica.com