Recuerdo ir conduciendo en la noche aquel
auto, contigo, vestidos de fiesta. Y no hablábamos aunque la noche brillaba
espléndida. Sabíamos que nuestra relación moría, que nos dolía por dentro;
errores y más errores que vinieron de ambas partes acumulados desde las dos
orillas del Atlántico, que seguirían acumulándose para siempre. Pero ahí
estábamos juntos, destruidos pero juntos. Y no hablábamos, pero la noche era
verano aunque nuestras almas fueran invierno, y queríamos airearlas un rato. Y estuvimos
en lugares bonitos. Salimos a sentir la brisa mediterránea, a tocar el agua cálida con los pies, o con esas almas, no sé. A soñar con vivir ahí aun
viviendo ahí. A soñar con habernos tratado mejor, con haber valorado nuestra fútil
existencia desde el principio. A lamentarnos de habernos roto.
―Quiero vivir aquí toda mi vida, contigo. Yo no contesté.