10 de septiembre de 2011

Animales confesos

Si un día cualquiera saltaran subtítulos mentales involuntarios en la solapa de las personas y reflejaran nuestras más hondas emociones y pensamientos, podrían ser la clave de la verdad y una emocionante lectura de la confusión humana. La mente transparente, evidente, invidente. ¿Puedes imaginarlo? Una profusa locura inconsciente que brota del pecho de las personas. Subtítulos constantes, algunos rápidos y otros lerdos, según la capacidad de cada quien. Una transfusión de sentidos visibles en todas partes: En los televisores, en los púlpitos, en los mítines políticos, bares, aceras, escuelas… (¿Será por eso que los libros no tienen subtítulos?).

Serían subtextos de cemento duro, incorregibles, intachables, contundentes. Una penosa alquimia de sentimientos y pensamientos sin censura, morbosos pudores descubiertos, sanguijuelas avergonzadas que no se pueden tapar, dolores publicados, penas compartidas sin quererlo, incesantes imágenes de colores, y dolores, y hasta incluso felicidades tan efímeras como insípidas. Lastimaría al principio, como miles de punzones de sinceridad incontrolada que serían. Las calles inundadas de eso… ¿Puedes imaginarnos? Nos miraríamos con vergüenza y aceptaríamos nuestra naturaleza obtusa con abatimiento.

Nos aturdiríamos con lo que vemos, y un grito brutal nos llenaría de un tirón ese eterno vacío que sentimos en la vida, del que tanto escriben los poetas y pintan los pintores: La verdad, cruda, sin filtros ni interpretaciones, ni tampoco concesiones. Una amenaza aterradora que no nos dejaría hablar, para qué, todo lo veríamos. Los ojos se volverían más grandes, la lengua se quedaría tiesa sin saber qué decir, y los oídos ya no serían tan necesarios. La intuición no tendría lugar. Algunos correrían despavoridos, otros se abrazarían, y sería más fácil decir sí o no. La honestidad apestaría ácida en el ambiente, y haría mella en los ojos de los lectores hasta que les salieran lágrimas que humedecerían las calles, al principio; y los pesares, tal vez, al final del principio, ya no serían tan penosos.

¿Significarían el fin de nuestra humanidad?

Con el paso de los meses se tendría que hacer una bolsa de trabajo para reubicar a curas, empresarios, banqueros, políticos, periodistas, comerciales y publicistas… Ya no nos engañarían tanto, por qué, podríamos leer sus verdaderos pensamientos. Ya no serían protagonistas de nuestras vidas, si acaso de los pocos analfabetas que quedan. Las ideologías y religiones se mirarían entre sí con una mirada de pavor inconmensurable, porque ya todos sabríamos que somos lobos, y que nos gobernaríamos en manadas. Seríamos sin remedio, animales confesos.



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