22 de enero de 2012

El Minimalismo, yo, y mi otro yo

Me gusta la arquitectura minimalista. Me enamora la obra de Peter Zumthor, por ejemplo. Pero, ¿qué es el Minimalismo? Con un «menos es más» lo definió Mies van der Rohe y ahí nos dejó el problema. No obstante, si nos detenemos en éste postulado tan representativo, técnicamente, fue el resultado de la dificultad que éste arquitecto tenía para expresarse en inglés —la dijo ya en su etapa de Chicago— porque su idioma era el alemán y prácticamente sólo se podía comunicar con aforismos cortos para explicar sus ideas. Es decir, esa frase fue el resultado de una limitante idiomática. Entonces, la frase como tal ¿fue la solución a un impasse?; ¿fue la respuesta incompleta de una más compleja?; o por el contrario, ¿fue la sentencia bien lograda de un gran pensador? Muchos ya se decidieron por ésta última. A mí, para explicarme mejor, me gustaría quedarme con la primera, que supone que fue la solución a un inconveniente idiomático.

En base a esa simple frase y sus connotaciones técnicas, podemos pensar que el Minimalismo es el resultado de algo que si se minimiza —por obligación o por opción— su resultado será más congruente, más claro, mejor definido, e incluso, tan poderoso que eso que falta sigue omnipresente en la obra final. Se puede sentir por su ausencia. Minimizar no quiere significar omitir. Todo lo contrario: resume, comprime y simplifica un todo. Es un trabajo de sintaxis arquitectónica. La sola frase hace honor a lo que quiere explicar, porque aparenta ser simple y sin contenido, pero tiene bastante fondo.

Voy con un ejemplo. Para no alejarnos de Mies, hablemos de la casa Farnsworth. Tiene todo lo que se puede necesitar para vivir en ella. Suelo (elevado), paredes (de cristal), y techo (plano). Tiene todo lo que se necesita para que se sostenga, pilotis famélicos pero suficientes. Protege de todas las inclemencias meteorológicas y puede contener todos los muebles para que una pareja (para lo que fue pensada) pueda vivir confortablemente. Es decir, lo tiene todo, pero alguno podría afirmar que le faltan cosas. Faltan muretes para poner porcelanas, falta una salón de televisión, falta una barbacoa para compartir los domingos, falta ornamento exterior, falta decoración interior [faltan los adornos del arquitecto], falta una bodega para guardar trastos viejos, etcétera. En definitiva, falta lo que complementa y representa la identidad de las personas.

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Farnsworth House By Mies Van der Rohe (1945-1950)

Por esta razón alguna vez pensé que esa casa es perfecta para un ángel, porque agrede conciencias humanas y agrede personalidades mediante la falta de cosas terrenales. Porque la persona que viva ahí, en un lugar tan minimizado como ese, ya tiene que haber minimizado toda esa cantidad de ornamentos en sí mismo, y normalmente las personas no están dispuestas a soltarse de esos atavíos tan propios de su personalidad. Regularmente a las personas nos gusta nuestra propia impureza, que es lo que nos identifica y nos diferencia de la impureza de los demás.

Es como si la casa nos diera una lección, y nos hiciera una crítica —constructiva o destructiva, eso depende de cada uno— a nuestro pensamiento. Nos dice, ‘¿ves que puedes vivir en mí sin tanta necedad encima?, ¿ves que puedes estar más tranquilo sin tanta cosa inútil?, ¿ahora entiendes que no hace falta tanto adorno para ser más, y mejor? A mí me gusta la austeridad y la clase, ven te las enseño mientras me vives’. Es una edificación prepotente. Como su autor.

Por eso a mi primer yo, el arquitecto, le gusta el Minimalismo, porque tiene esa actitud cabrona y prepotente, lo admito a mi pesar. Pero mi otro yo, el profesional, no se niega a la realidad de las demás personas. Hay que tener cuidado a quién se le propone una casa así, una arquitectura así. Un cliente no quiere lecciones de vida, un cliente quiere un espejo. Un cliente se hace preguntas retóricas que necesitan ser contestadas por otra persona en el idioma correcto: en arquitectura, y esa persona, como lo demandan los estándares, debe ser un profesional en esa materia. El cliente tiene todo el derecho de tener su casa como él quiere, a tener su popio retrato. Por eso mi otro yo ya aprendió que aunque al primero le guste cierta arquitectura, y le guste que la casa Farnsworth le espete cosas, si se trata de la casa de un tercero se sentará a contestarle sus propias preguntas con complacencia, porque entiende que es lo que él necesita, un cómplice que alivie sus necesidades, en este caso, necesidades espaciales.

Para terminar de redondear esto de los gustos, Glenn Murcutt lo dice mejor que yo con otra frase harto minimalista: «una casa es como un traje; los mejores son a medida».

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