6 de enero de 2012

Qué era y qué debe ser la arquitectura

Siempre pensé que la arquitectura era la perfección de la naturaleza. Era un concepto cómodo y agradable que después con el tiempo le encontré un eco en el pensamiento de Oscar Wilde: “si la naturaleza fuera perfecta no existiría la arquitectura”, decía el famoso dandi. Pero con el paso de los años he cambiado esa concepción básica y prepotente. Y lo hice por una simple razón: el concepto de perfección es inalcanzable para el hombre, no está en su naturaleza, y al final simplemente es una idea pueril.

Es más, el hombre en toda su trayectoria ha hecho exactamente lo contrario: irrumpir, dañar, agredir la naturaleza para beneficiarse en su comodidad. La respuesta, después de la Revolución Industrial —que ha sido la tapa del asunto—, no se ha hecho esperar. La naturaleza reacciona y ataca. Se defiende como un ente vivo, que lo es literalmente, pero vivo de furia, con una personalidad superior. Y lo es. El mundo y lo que contiene es bastante superior a nosotros y somos simplemente una diminuta pieza más de todo su contenido.

A la naturaleza no podemos cambiarla, ni mejorarla, ni perfeccionarla, eso es un cuento resultante del gran ego de los arquitectos; ella por sí sola es perfecta, y nosotros en un afán de megalomanía inconsciente somos su imperfecta imperfección (porque ni para ser imperfectos somos perfectos, y no es doble negación, es simple decepción).

Ella en su bondad inconmensurable nos permite vivir. ¿Qué sería de nosotros sin el perfecto sol, sin el perfecto aire, sin la perfecta agua, sin la altitud perfecta para poder respirar, sin los perfectos frutos para alimentarnos? El sol nos calienta y nos aporta energía, pero si exageramos y creemos que lo controlamos puede producirnos cáncer; el agua nos permite ser (de ella somos un 75%) pero si no la respetamos nos inunda y nos ahoga. El viento nos acaricia el pelo y nos ha enseñado esa hermosa sensación de libertad, pero si no lo respetamos nos arrolla.

Así que después de esta breve y simple explicación a mí mismo me queda claro que la arquitectura no es, para nada, la perfección de la naturaleza. La arquitectura, muy al contrario de eso, debe ser una venia, respetuosa y humilde ante ella, que es nuestra madre.

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