15 de enero de 2012

El poder del amor

Empiezo esta entrada diciendo algo que siempre queda bien: el verdadero poder de la vida es el amor. Es una frase muy a lo Juanes, John Lennon, Gandhi, Einstein, Mahoma, el Dalái Lama o Jesucristo; hombres de arte, de ciencia y de paz, pero hasta el guerrillero más famoso del mundo, Ché Guevara, hombre de guerra, también dijo algo similar: «el revolucionario verdadero está guiado por grandes sentimientos de amor». Hace algún tiempo hasta se me ocurrió pensar que el Ché era un Jesucristo pero con metralleta, y me mantengo en eso.

Yo personalmente veo el amor en todas las cosas porque entiendo que cada una está hecha por amor, así sea amor por el dinero, o amor por la explotación hombre por el hombre, o incluso el amor por matar. El mundo está lleno de amor. Es nuestra materia prima. Entiendo, por ejemplo, que los españoles en toda su conquista de América cometieron el genocidio más grande la historia simplemente por amor. Por amor al oro, a la tierra y en nombre de Dios, el Ser más amoroso de todos. La Santa Inquisición, para no ir más lejos de la colonización, fue hecha con amor divino. Mataban a todo aquel que a la Santa Iglesia Católica no le gustaba, lo torturaban hasta que confesaba que era un hereje, lo quemaban, lo despedazaban, lo mutilaban poco a poco, y los verdugos dormían tranquilos porque todo lo hacían por amor. Ah, ese amor divino, qué bonito.

Hoy en día todos estamos llenos de amor, y sobre todo en nuestro país, el país del Sagrado Corazón. Por ejemplo la reciente toma paramilitar en Urabá, en esa que los Urabeños advirtieron en su comunicado «no queremos ver a nadie en la calle» —y no hizo falta decir, ‘porque lo matamos’—, fue hecho en nombre de la muerte de su cabecilla (asesinado en nombre del amor) que ellos aman, y sobre todo, valga aclarar, por amor a la patria. Y todos los secuestrados por los guerrilleros que llevan años perdidos, y enterrados, en las selvas nacionales infamemente también lo están por amor a la misma patria. Y los Falsos Positivos ejecutados por los militares (Crímenes de Lesa Humanidad) también fueron hechos por amor a esa misma patria. Qué patria tan amada, se podría decir. ¿O es que son tres patrias distintas? Y así cientos de cosas que pasan todos los días. Nuestro país es puro amor.

Los niños que mueren de hambre en Puerto Gaitán; nuestros hijos gordos, la guerrilla asesina, los paramilitares asesinos, los militares asesinos, la corrupción política asesina, el poder capitalista asesino, el narcotráfico asesino, las guerras, las masacres, las dictaduras, las revoluciones: la muerte. Todo eso está hecho por amor a algo. Amor al poder, al dinero, a la patria, amor por lo hijos, amor propio, amor a la libertad. AMOR. Esa palabra hermosa y peligrosa que justifica todo, desde pegarle a los hijos (queremos lo mejor para ellos) porque los amamos, hasta todo lo anterior.

Yo por eso no amo ésta patria —si es para matar por ella, no—, no amo a la Santa Iglesia Católica —si es para matar en nombre de ella, como los devotos sicarios, no—, no amo el Capitalismo —si es para esclavizar a sueldo a mis congéneres, no—, no amo el dinero —si es para matar o morir por él, no—, no amo la política —todo de ella, porque contiene todo lo anterior y muchas más cosas—.

Yo amo todo por lo que valga la pena vivir y no valga la pena matar, literal y figurativamente. Amo el aire por el que vivo, amo el sol que me da energía para despertarme todos los días, amo la literatura que me da razón para no amar lo que quiera, amo el horizonte poético del océano y el desierto, amo el arte que alimenta mis huesos, amo unas mierdas de muros, puertas y ventanas bien puestas en un simple edificio. En definitiva, amo las cosas que a nadie le importan y son tan menospreciables que no vale la pena matar por ellas. Por eso mi amor es insignificante para los demás.

Entonces, para no alargar el cuento, cuando sepamos de una nueva masacre, de un nuevo niño (si lo notamos) pidiendo limosna en el semáforo, de un familiar que se va a cumplir el servicio militar, o un nuevo vecino muerto en el barrio, podemos tranquilamente seguir sentamos viendo televisión y decir rascándonos la barriga, 'ah, todo eso es puro amor'.

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